Mangrullo
Homenaje a Enrique Brayer
MANGRULLO. El diccionario dice que, en Uruguay y Argentina, se llamaba mangrullo a una torre rústica que servía de atalaya en las proximidades de fortines, estancias y poblaciones de la pampa y otras regiones llanas. A 25 kilómetros de Melo, al Norte por la Ruta 8, se abre un camino capaz de castigar las llantas de cualquier vehículo. Si se logra atravesar la senda repleta de piedras en punta que asoman a lo largo de otros 20 kilómetros, se divisa una casa blanca que da nombre a una localidad donde conviven 31 personas. "Antiguamente, arriba existía un altillo, que era un mirador desde el que se vigilaba la zona", confirma Norma Segade (61), actual moradora de la construcción junto a su marido, hija y nieta, sobre la procedencia del nombre del pueblo.
En Mangrullo no hay agua corriente ni energía eléctrica. Cuesta asimilar su distribución con la de un pueblo típico. Se trata de un grupo de viviendas dispersas al costado del camino. Por eso, muchos en Cerro Largo sostienen que "fue" un pueblo, pero hoy se ha vuelto un "caserío". Entre los que fallecieron y los que eligieron un pasar urbano, la población fue mermando notoriamente. Algunas reminiscencias de la vida que supo tener el lugar todavía quedan. Frente a las viviendas, cruzando la ruta, hay un puesto policial abandonado. "Hace meses que está vacío", cuentan los lugareños. El escudo que lo identifica, aún sobre la fachada, es el único soporte en el que puede leerse el nombre del pueblo. No hay más cartelería. Tampoco la capilla está en uso; una casona alargada con cruz al frente y todas las puertas y ventanas cerradas, que hacen imposible ver su interior. Dicen que un cura la abre "cada tres meses".
La vida allí transcurre sin alteraciones y todos destacan la tranquilidad como el mayor valor, aunque algunos habitantes se encuentran más a gusto que otros. Norma es la promotora de salud de la zona y lleva 41 años viviendo en Mangrullo, "lo más bien". Ella es de Melo pero llegó al pueblito porque su marido nació en él. Ahora está tan arraigada que prefiere ni pensar en mudarse, aunque tiene que calibrarlo. "Toda mi vida está acá. El problema lo voy a tener cuando mi nieta (de 11 años) termine 6º y tenga que ir al liceo. No sé qué vamos a hacer". Ese es otro de los motivos de la deserción. El pueblo cuenta con escuela, pero el liceo más próximo está en Isidoro Noblía, una localidad aledaña. "Hay una camioneta que los lleva, pero no me sirve ese sistema porque se va con los chiquilines a las 6 de la mañana y los trae a las 6 de la tarde. Es todo un día fuera de la casa. Además, salen del liceo a las 4, ¿qué hacen mientras? Así que vamos a ver. Pero a mí me encanta estar acá. Es mi zona y tengo todas las comodidades".
Las comodidades a las que hace referencia Norma incluyen radio, televisión color y antena parabólica, un lujo que le permite sintonizar decenas de canales, aunque todos brasileños. Eso sí, que los habitantes de Mangrullo puedan mirar televisión depende casi exclusivamente del clima. A falta de electricidad, la energía proviene de paneles solares y si está nublado "hay que cuidar, para el teléfono y las novelas", aclara Norma.
Dalmiro Moura (62) y Celia Bentancur (60) no tienen parabólica, pero lo cierto es que la vieja tele blanco y negro que guardan en la cocina tampoco ocupa un lugar muy protagónico en sus horas de ocio. El matrimonio lleva 31 años viviendo en el pueblo, un poco a su pesar. "¡Si pudiéramos cargar la casa y trasladarla para otro lado!", se ríe Celia cuando se le pregunta si les gusta vivir allí. "Es muy trasmano para nosotros", explica Dalmiro, quien se jubiló de la Policía hace una década. Para ellos, uno de los grandes problemas es el abastecimiento. En Mangrullo hay un solo almacén, que precisamente por ser el único ajusta los precios un tanto hacia arriba -"¡parece Punta del Este!"-, según los vecinos. A su vez y toda una paradoja en medio de la campaña, la pareja sostiene que conseguir carne "es complicado". "Por acá nadie carnea. Hay que encargar a Melo. Pero tampoco podemos guardar en la heladera, que es a gas y consume dos garrafas de 13 kilos por mes". Tal gasto sólo es admitido en verano, aclaran los lugareños, si no, no hay presupuesto que aguante. En invierno, la heladera queda como objeto decorativo, o se prende por alguna razón especial.
La falta de electricidad es la única queja común de todos los habitantes. Dalmiro cuenta que hace 30 años que se firmó para que llegara y todavía la están esperando, a pesar de que localidades pequeñas muy cercanas -a 10 kilómetros, por ejemplo- sí tienen energía eléctrica. Mientras algunos se las arreglan entre gas y sol, otros optaron por adquirir un generador propio.
Es el caso de Adriana (29), mamá de tres niños de 10, 7 y 2 años. Ella permaneció en campaña toda la vida, y hace 9 que, junto a su marido, también oriundo de la zona, se instaló en Mangrullo. Él trabaja en una arrocera y con los 5.000 pesos que gana viven los cinco. La idea del generador (piensan tenerlo instalado para el mes próximo) la manejan hace un tiempo, pero el último empujón se los dio el Plan Ceibal. A fin de mes llegarán las laptops para los niños, y si tienen energía podrán cargarlas. También será útil para la heladera, aunque lo cierto es que la familia consume todo en el día, como la leche que Adriana ordeña cada mañana, o cuando se consigue carne.
No hace falta preguntarle cómo transcurre su tiempo. Un tendal de ropa recién lavada que ocupa buena parte del fondo y el grupete de seis niños a su alrededor (sus hijos más el resto de los chicos del pueblo) jugando a cocinar con barro, son suficiente respuesta. Igual queda tiempo de aprovechar la parabólica y ver televisión. "Es todo en portugués, pero puedo seguir la novela", admite. A los mediáticos uruguayos los conoce, pero menos. "Y a Tinelli también. Lo vemos cuando vamos a Melo". Más le gusta la radio, como a la mayoría de los habitantes de campaña. Está prendida buena parte del día y por eso todos los consultados aseguraron que están muy bien informados de lo que acontece en el país. "Hay que estarlo. No queda otra", opina Norma Segade.
Canción de la escuela rural
Es la música que acompaña al vídeo
Maestro Miguel Soler
Entre trigales dorados
entre un monte y un maizal
rodeada de luz y trinos
está mi escuela rural.
El murmullo del trabajo
con las risas y el cantar
todo el día sube al cielo
que la escuela es colmenar.
Estribillo:
¡Vamos amigos, a trabajar!
Hombres y niños, sin descansar.
La tierra que es generosa
pan dorado puede dar,
el niño que es esperanza
debe aprender a sembrar.
Las semillas que en la tierra
nuestras manos sembrarán,
sombra, leña, flor y fruto
otro día nos darán.
Estribillo
Hay un rincón de mi patria
que es para todos igual,
su bandera azul y blanca
es mi escuelita rural.
Aunque no ven caras nuevas muy seguido, en Mangrullo no hay demasiado lugar para la desconfianza. Por ahora -"¡y que dure!"- la inseguridad es un tema ajeno. Aún así, todo es cuestión de personalidades. Frente a los periodistas, varios vecinos abrieron las puertas de entrada, sonrientes y gustosos de charlar un rato con alguien nuevo, pero otros mostraron cierto recelo al principio.
Mirta González, la almacenera del pueblo, escucha la presentación de la cronista con cautela, detrás del vidrio de una puerta.
"Pensé que eran gitanas, que ahora andan con pantalones", explicará después, aunque sin ahondar demasiado en las raíces de esa impresión. ¿Hay gitanos por acá? "A veces vienen. ¿Así que ustedes son de Montevideo? Quiero saber yo qué va a hacer la gente de Montevideo por nosotros. Si yo hablo con ustedes, ¿qué gano?", pregunta un poco a regañadientes, aunque al ratito ya se ve distendida. Lleva 35 años viviendo en Mangrullo, junto a su marido, quien también trabaja en el campo. Dice que se siente bien en el pueblo, que le gusta, a pesar de la falta de luz y del "problema del teléfono".
"Es el único reclamo que tengo para don Tabaré. El que teníamos antes funcionaba bien. Nos cambiaron por un ruralcel, que ahí está, atornillado, y anda cuando quiere", explica con voz de resignación.
¿No tiene celular? "Tengo sí. Pero no hay señal. Hay que salir a ver si agarra. Y yo no voy a salir a caminar a la noche para hablar por teléfono".
Quien fue el maestro Enrique Brayer: Una vanguardia que sirvió al país con una enorme fe en la educación como factor dinamizador del cambio social
Palabras del maestro Miguel Soler Roca
Ante todo, deseo agradecer la invitación a participar en este acto que me hizo el Dr. Luis Yarzábal, Director Nacional de Educación Pública. Esa invitación me está permitiendo la felicidad de estar, después de muchos años, en una escuela rural de Cerro Largo, conocer a Mangrullo y a su escuela, con sus alumnos, sus maestros y sus vecinos y, a la vez, recordar a un colega y a un amigo muy querido cuyo nombre, Enrique Brayer, será escrito de hoy en adelante en sus cuadernos por los niños que me están oyendo. Son todas estas grandes fuentes de alegría y de emoción para mí.
Mi relación con Don Enrique Brayer duró más de 50 años, desde 1945 hasta 1999. Nos conocimos en el Congreso de Maestros Rurales, que tuvo lugar a principios de 1945. Yo acababa de iniciar mi carrera de maestro rural en una escuela ubicada en una zona muy pobre del departamento de Tacuarembó y asistí a ese Congreso cargado de dolor por lo que había visto y vivido. Brayer estaba también allí, pero él ya había pasado con éxito su período de iniciación, pues entonces era Inspector Departamental en Cerro Largo, tras nueve años de trabajo como Director, ocho de ellos en Mangrullo. Y gracias a la mayor experiencia de educadores como él, yo pude salir de aquel Congreso reconfortado y deseoso de enfrentarme a nuevos desafíos.
Eran aquellos tiempos muy buenos en nuestra República. El país tenía entonces muchos menos habitantes que hoy, pero mayores riquezas y éstas estaban mejor distribuidas. De manera que los maestros del campo podíamos soñar en un futuro mejor, que había que ir construyendo, y por el cual las autoridades nacionales se interesaban tanto como nosotros. Este buen entendimiento entre los trabajadores de la educación y los dirigentes de la vida política nacional dio espléndidos frutos: fueron los años en que se crearon más de cien escuelas granjas, en que los estudiantes de magisterio realizaban misiones socio-pedagógicas, en que en el Instituto Normal Rural se brindaba a los maestros cursos muy completos de especialización en educación rural, en que 105 maestros recibíamos varias publicaciones oficiales que apoyaban nuestro trabajo. Ese proceso de dos décadas tuvo varios puntos culminantes, uno de ellos el Congreso de Maestros Rurales convocado por las autoridades en Piriápolis en 1949. Allí volví a encontrar a Brayer y de ese Congreso salió una Comisión encargada de redactar los programas para la enseñanza rural y en esa Comisión volvimos a estar juntos, él veterano, lleno de experiencia, yo todavía muy joven, con ganas de aprender cada día más cómo debíamos trabajar con los niños y con la gente del campo.
Luego Brayer participó en la Comisión Redactora de los Programas de 1957, éstos para las escuelas urbanas. De manera que los niños del campo y los de la ciudad estudiaban conforme a buenos programas, actualizados, en cuya redacción Brayer había participado. Déjenme que, para ser justo, evoque algunas otras personas a las que recuerdo con gratitud y con afecto y que por aquellos años tuvieron gran influencia en la educación nacional. Entre las autoridades, quisiera recordar a Luis Sampedro, a Nicasio García y a Agustín Ferreiro. Entre los Inspectores y educadores de base quiero mencionar, entre muchos, a Enrique Brayer, naturalmente, pero también a Julio Castro, a Reina Reyes, a Elsa Fernández, a Jesualdo Sosa, a Diógenes de Giorgi, a Otto Niemann, a Homero Grillo, a Abner Prada, a Yolanda Vallarino. Y a otros dos excelentes compañeros de Cerro Largo: a Ramón Angel Viñoles Huart y a Héctor Yarzábal, que viajaba desde Mangrullo a nuestras reuniones, hombre afable, reservado, equilibrado y siempre constructivo, que ustedes tienen poderosas razones para recordar con afecto. He acortado la lista, para no cansarlos, pero quiero insistir en que, gracias a las circunstancias nacionales y a las calidades de estas personas aquellos fueron grandes tiempos para la educación nacional y para la educación rural en particular.
Mi relación con Don Enrique se hizo más intensa entre 1954 y 1961. Porque en ese tiempo yo propuse y dirigí un trabajo de educación rural y comunitaria que, por consejo de Brayer en su condición de Inspector Regional, fue situado aquí en Cerro Largo, en la zona de La Mina, donde él se había iniciado como Maestro en 1931. No voy a detallarles lo que pudimos hacer en esa experiencia, denominada Núcleo Escolar de La Mina, pues aquí es bastante conocida y recordada. Pero quiero decirles que los grandes puntales de ese trabajo fueron en el nivel local, además de los vecinos jóvenes y adultos, los maestros y las maestras de siete escuelas, varios de ellos ya fallecidos, tres enfermeras, dos ingenieros agrónomos y otros colaboradores, a algunos de los cuales he tenido la satisfacción de volver a saludar esta mañana. En el nivel departamental nuestro puntal fue el Inspector Carlos Crespi, que todos ustedes conocen y estiman, y en el nivel nacional mi amigo Brayer. Ningún estudioso podrá referirse al Núcleo de La Mina sin subrayar cuánto hizo Brayer durante seis años por la creación y el trabajo de aquel Núcleo.
Todavía pudimos hacer más cosas. Después de muchas reuniones y congresos, en 1958 el Consejo de Enseñanza Primaria aprobó la creación de la Sección Educación Rural, para dar un nuevo impulso, un impulso que abarcara todo el país, a aquel vasto movimiento en favor de la población campesina. Y como responsable de esa Sección fue designado Enrique Brayer. Aquel fue un gran salto adelante, otro punto culminante de aquellos años. Los dirigentes gubernamentales y los maestros seguíamos firmes, juntos, trabajando por la escuela rural. Continuaban los buenos tiempos, para los escolares, para los maestros, para el país.
Pero las cosas buenas no siempre duran lo que debieran. A partir de 1961 todo lo avanzado retrocedió. Sería largo de contar. Es mejor decir, brevemente, que cuando servicios tan importantes como el de la educación son puestos en manos de personas incompetentes o irresponsables, las obras construidas durante tantos años pueden derrumbarse en pocas semanas. Eso fue lo que nos pasó en 1961.
Yo fui a trabajar entonces a Bolivia. Ustedes saben que la UNESCO es una organización de las Naciones Unidas que se ocupa del fomento de la educación, la ciencia y la cultura en todo el mundo. Ese organismo me contrató para trabajar en Bolivia como colaborador de un ministerio de nombre raro, que no existía en ningún otro país y que se llamaba Ministerio de Asuntos Campesinos. Porque en Bolivia se había producido un gran cambio político y las nuevas autoridades estaban muy motivadas para ayudar a la población campesina, que era entonces la mayoría del país y que estaba compuesta y todavía lo está en gran parte por indígenas. Y entonces crearon ese original ministerio, que se ocupaba de tres cosas: dotar de tierras a las comunidades campesinas, vigilar que la justicia funcionara correctamente en las zonas rurales y educar al pueblo, que padecía un grave analfabetismo. A ese Ministerio fui destinado yo, para trabajar con los especialistas bolivianos y entre 1963 y 1966 actuó allí también Enrique Brayer. Con su asesoría se fundó el Instituto Superior de Educación Rural con el fin de mejorar las competencias profesionales de Directores e Inspectores Rurales.
Don Enrique fue designado docente de ese Instituto y por sus clases pasaron centenares de maestros bolivianos, que mucho apreciaban que su profesor les formara apoyándose en su gran experiencia de la educación uruguaya, que por esos años estaba entre las mejores del Continente. Ya ven, lo que Brayer había aprendido a hacer en Mangrullo en sus primeros años de docencia contribuyó a formar educadores de un país latinoamericano amigo.
En 1966 Brayer regresó a Montevideo. Se había creado el Instituto Magisterial
Superior, también para formar especialistas en educación, tanto urbanos como rurales. Y Brayer volvió a ocupar la cátedra durante cuatro años, esta vez como Profesor de Administración Educativa. Como ven, a esa altura de su vida Brayer era Maestro de Maestros, de Directores y de Inspectores.
Los años fueron pasando y Uruguay tuvo que padecer una situación a la que el país no estaba acostumbrado: la de una dictadura militar. Ustedes, niños de Mangrullo, no lo vivieron. Deben saber que durante once años ni en la sociedad ni en las escuelas existía la necesaria libertad para preguntar lo que uno quiere saber, para leer lo que uno quiere leer, para pensar como uno elige pensar. No existía democracia, ni acatamiento a la Constitución ni a las leyes, ni respeto por los Derechos Humanos, que todos ustedes han estudiado. Y en ese triste período, algunos familiares de Don Enrique Brayer fueron encarcelados y una hija y dos nietas tuvieron que exiliarse en la ciudad de Paris, a miles de kilómetros de Montevideo. Mi esposa y yo trabajábamos y vivíamos esos años en París, de manera que nuestra familia de dos se hizo una familia de cinco y en alguna ocasión en que Brayer y su esposa viajaron a París, se extendió a una familia de siete miembros. Porque en tiempos duros la amistad llega a convertirse en fraternidad. Desde tan lejos, así hermanados, teníamos que apoyarnos mutuamente para mantener viva la esperanza, más allá de aquella triste etapa de derrumbe de una obra querida y de quebrantamiento moral de nuestro querido país.
El péndulo del tiempo volvió a oscilar, la dictadura concluyó, la constitucionalidad regresó. Nos pudimos reencontrar en Montevideo, en su departamento de la calle Galicia, a cuya puerta llamaban tantos educadores para conversar con Don Enrique, que tenía ya muchos años de edad pero la lucidez de siempre, para pedirle consejo, para llevarse un libro prestado, para seguir aprendiendo de aquella persona que tanto había hecho por Mangrullo, por Cerro Largo, por Uruguay y por un pueblo hermano de América Latina. Y así hasta 1999.
Yo le seguiré recordando como un hombre a la vez vigoroso y tierno. Vigoroso en la defensa de sus ideas, en el rigor con que evaluaba lo que se iba haciendo y en el empeño con que seguía construyendo el futuro. También, obligado por las circunstancias, se mostraba vigoroso en su implacable enjuiciamiento de las fuerzas destructoras cuando éstas se manifestaban. Y tierno también, como he dicho, por la emoción y respeto con que apreciaba el trabajo de los maestros jóvenes, por la relación que establecía con los niños de nuestras modestas escuelas y por la amistad que me ofreció durante medio siglo, a mi y a mi familia. Realizó unas veinte visitas a nuestro proyecto en La Mina. Permítanme que recuerde sus calidades con un sentimiento que también está impregnado de ternura. Después de largas jornadas de trabajo compartido, solía ensillar mi caballo, de tardecita, y salía solo, a recorrer caminos, a visitar ranchos, a soñar bajo las estrellas. Regresaba contento a nuestra escuela. Al paso, pues no era hombre de galopes. Por lo menos cuando montaba a caballo. Sólo galopaba cuando su lúcido y exigente pensamiento debía enfrentar la gran tarea de llevar adelante la Escuela Pública Nacional.
Maestros: celebren que, como ocurría hace medio siglo, las autoridades, los educadores y el pueblo volvamos a estar juntos en el fomento y defensa de la educación pública, como lo estamos haciendo hoy en Mangrullo, reunidos en el recuerdo agradecido a Brayer.
Niños: cuando en sus trabajos deban escribir el nombre de Enrique Brayer recuerden que están evocando a un hombre bueno y eminente, a uno de los grandes de la escuela pública de nuestro país.
El pasado 24 de junio de 2005 en la localidad de Mangrullo, departamento de Cerro Largo, se realizo en la Escuela Rural Nº 32 un homenaje al maestro Enrique Brayer Blanco y se designó a esa escuela con su nombre. ¿Pero quién fue el maestro Brayer y su gran aporte a la escuela uruguaya y latinoamericana?. Su compañero de profesión y amigo personal, el también maestro Miguel Soler a dicho: “Fue una generación que se formó, sé autoformó y sé interformó, recogiendo y adaptando lo mejor del pensamiento educativo nacional, latinoamericano e internacional. Una vanguardia que sirvió al país con una enorme fe (tal vez hoy podría hablarse de una excesiva fe) en la educación como factor dinamizador del cambio social. Y que actuó en un período en que se produjeron manifestaciones de un simbiótico entendimiento
entre los maestros de base, su sindicato, las autoridades de la enseñanza y el gobierno todo”.
Por su parte la profesora María Hortencia Coronel, en una semblanza sobre Enrique Brayer, dice que su trayectoria “ está fuertemente ligada a la Historia de la Educación del Uruguay y de Cerro Largo en particular. No es excesivo decir que fue uno de los padres de la Educación Rural de Uruguay porque en toda instancia en que se trabajó, reflexionó, reclamó y defendió la escuela rural estuvo el nombre de Enrique Brayer asociado desde la presencia o desde la memoria y aún entre las generaciones más jóvenes que no tuvieron la suerte de vivir su magisterio se ha oído citar su nombre asociado a las más fecundas realizaciones educativas. Nacido el 3 de abril de 1910 en la localidad de Cerro Chato – lugar de confluencia de tres departamentos: Durazno, Florida y Treinta y Tres. En 1930 se graduó de maestro y viajó con su íntimo amigo Luis O. Jorge – también estudiante del interior del país – a la casa de éste en Mangrullo, departamento de Cerro Largo. Allí conoció a Liria Jorge, hermana de su amigo, con la que se casó en 1932, el mismo día en que concursaba para el cargo de director. Con Liria se instalaron en la escuela Nº 32 de Mangrullo y allí nacieron sus tres hijas Miriam, Dolly y Sonia”.
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CATERINA NOTARGIOVANNI - GABRIELA VAZ - El País de los domingos 14 setiembre 2008
MANGRULLO. El diccionario dice que, en Uruguay y Argentina, se llamaba mangrullo a una torre rústica que servía de atalaya en las proximidades de fortines, estancias y poblaciones de la pampa y otras regiones llanas. A 25 kilómetros de Melo, al Norte por la Ruta 8, se abre un camino capaz de castigar las llantas de cualquier vehículo. Si se logra atravesar la senda repleta de piedras en punta que asoman a lo largo de otros 20 kilómetros, se divisa una casa blanca que da nombre a una localidad donde conviven 31 personas. "Antiguamente, arriba existía un altillo, que era un mirador desde el que se vigilaba la zona", confirma Norma Segade (61), actual moradora de la construcción junto a su marido, hija y nieta, sobre la procedencia del nombre del pueblo.
En Mangrullo no hay agua corriente ni energía eléctrica. Cuesta asimilar su distribución con la de un pueblo típico. Se trata de un grupo de viviendas dispersas al costado del camino. Por eso, muchos en Cerro Largo sostienen que "fue" un pueblo, pero hoy se ha vuelto un "caserío". Entre los que fallecieron y los que eligieron un pasar urbano, la población fue mermando notoriamente. Algunas reminiscencias de la vida que supo tener el lugar todavía quedan. Frente a las viviendas, cruzando la ruta, hay un puesto policial abandonado. "Hace meses que está vacío", cuentan los lugareños. El escudo que lo identifica, aún sobre la fachada, es el único soporte en el que puede leerse el nombre del pueblo. No hay más cartelería. Tampoco la capilla está en uso; una casona alargada con cruz al frente y todas las puertas y ventanas cerradas, que hacen imposible ver su interior. Dicen que un cura la abre "cada tres meses".
La vida allí transcurre sin alteraciones y todos destacan la tranquilidad como el mayor valor, aunque algunos habitantes se encuentran más a gusto que otros. Norma es la promotora de salud de la zona y lleva 41 años viviendo en Mangrullo, "lo más bien". Ella es de Melo pero llegó al pueblito porque su marido nació en él. Ahora está tan arraigada que prefiere ni pensar en mudarse, aunque tiene que calibrarlo. "Toda mi vida está acá. El problema lo voy a tener cuando mi nieta (de 11 años) termine 6º y tenga que ir al liceo. No sé qué vamos a hacer". Ese es otro de los motivos de la deserción. El pueblo cuenta con escuela, pero el liceo más próximo está en Isidoro Noblía, una localidad aledaña. "Hay una camioneta que los lleva, pero no me sirve ese sistema porque se va con los chiquilines a las 6 de la mañana y los trae a las 6 de la tarde. Es todo un día fuera de la casa. Además, salen del liceo a las 4, ¿qué hacen mientras? Así que vamos a ver. Pero a mí me encanta estar acá. Es mi zona y tengo todas las comodidades".
Las comodidades a las que hace referencia Norma incluyen radio, televisión color y antena parabólica, un lujo que le permite sintonizar decenas de canales, aunque todos brasileños. Eso sí, que los habitantes de Mangrullo puedan mirar televisión depende casi exclusivamente del clima. A falta de electricidad, la energía proviene de paneles solares y si está nublado "hay que cuidar, para el teléfono y las novelas", aclara Norma.
Dalmiro Moura (62) y Celia Bentancur (60) no tienen parabólica, pero lo cierto es que la vieja tele blanco y negro que guardan en la cocina tampoco ocupa un lugar muy protagónico en sus horas de ocio. El matrimonio lleva 31 años viviendo en el pueblo, un poco a su pesar. "¡Si pudiéramos cargar la casa y trasladarla para otro lado!", se ríe Celia cuando se le pregunta si les gusta vivir allí. "Es muy trasmano para nosotros", explica Dalmiro, quien se jubiló de la Policía hace una década. Para ellos, uno de los grandes problemas es el abastecimiento. En Mangrullo hay un solo almacén, que precisamente por ser el único ajusta los precios un tanto hacia arriba -"¡parece Punta del Este!"-, según los vecinos. A su vez y toda una paradoja en medio de la campaña, la pareja sostiene que conseguir carne "es complicado". "Por acá nadie carnea. Hay que encargar a Melo. Pero tampoco podemos guardar en la heladera, que es a gas y consume dos garrafas de 13 kilos por mes". Tal gasto sólo es admitido en verano, aclaran los lugareños, si no, no hay presupuesto que aguante. En invierno, la heladera queda como objeto decorativo, o se prende por alguna razón especial.
La falta de electricidad es la única queja común de todos los habitantes. Dalmiro cuenta que hace 30 años que se firmó para que llegara y todavía la están esperando, a pesar de que localidades pequeñas muy cercanas -a 10 kilómetros, por ejemplo- sí tienen energía eléctrica. Mientras algunos se las arreglan entre gas y sol, otros optaron por adquirir un generador propio.
Es el caso de Adriana (29), mamá de tres niños de 10, 7 y 2 años. Ella permaneció en campaña toda la vida, y hace 9 que, junto a su marido, también oriundo de la zona, se instaló en Mangrullo. Él trabaja en una arrocera y con los 5.000 pesos que gana viven los cinco. La idea del generador (piensan tenerlo instalado para el mes próximo) la manejan hace un tiempo, pero el último empujón se los dio el Plan Ceibal. A fin de mes llegarán las laptops para los niños, y si tienen energía podrán cargarlas. También será útil para la heladera, aunque lo cierto es que la familia consume todo en el día, como la leche que Adriana ordeña cada mañana, o cuando se consigue carne.
No hace falta preguntarle cómo transcurre su tiempo. Un tendal de ropa recién lavada que ocupa buena parte del fondo y el grupete de seis niños a su alrededor (sus hijos más el resto de los chicos del pueblo) jugando a cocinar con barro, son suficiente respuesta. Igual queda tiempo de aprovechar la parabólica y ver televisión. "Es todo en portugués, pero puedo seguir la novela", admite. A los mediáticos uruguayos los conoce, pero menos. "Y a Tinelli también. Lo vemos cuando vamos a Melo". Más le gusta la radio, como a la mayoría de los habitantes de campaña. Está prendida buena parte del día y por eso todos los consultados aseguraron que están muy bien informados de lo que acontece en el país. "Hay que estarlo. No queda otra", opina Norma Segade.
Canción de la escuela rural
Es la música que acompaña al vídeo
Maestro Miguel Soler
Entre trigales dorados
entre un monte y un maizal
rodeada de luz y trinos
está mi escuela rural.
El murmullo del trabajo
con las risas y el cantar
todo el día sube al cielo
que la escuela es colmenar.
Estribillo:
¡Vamos amigos, a trabajar!
Hombres y niños, sin descansar.
La tierra que es generosa
pan dorado puede dar,
el niño que es esperanza
debe aprender a sembrar.
Las semillas que en la tierra
nuestras manos sembrarán,
sombra, leña, flor y fruto
otro día nos darán.
Estribillo
Hay un rincón de mi patria
que es para todos igual,
su bandera azul y blanca
es mi escuelita rural.
Aunque no ven caras nuevas muy seguido, en Mangrullo no hay demasiado lugar para la desconfianza. Por ahora -"¡y que dure!"- la inseguridad es un tema ajeno. Aún así, todo es cuestión de personalidades. Frente a los periodistas, varios vecinos abrieron las puertas de entrada, sonrientes y gustosos de charlar un rato con alguien nuevo, pero otros mostraron cierto recelo al principio.
Mirta González, la almacenera del pueblo, escucha la presentación de la cronista con cautela, detrás del vidrio de una puerta.
"Pensé que eran gitanas, que ahora andan con pantalones", explicará después, aunque sin ahondar demasiado en las raíces de esa impresión. ¿Hay gitanos por acá? "A veces vienen. ¿Así que ustedes son de Montevideo? Quiero saber yo qué va a hacer la gente de Montevideo por nosotros. Si yo hablo con ustedes, ¿qué gano?", pregunta un poco a regañadientes, aunque al ratito ya se ve distendida. Lleva 35 años viviendo en Mangrullo, junto a su marido, quien también trabaja en el campo. Dice que se siente bien en el pueblo, que le gusta, a pesar de la falta de luz y del "problema del teléfono".
"Es el único reclamo que tengo para don Tabaré. El que teníamos antes funcionaba bien. Nos cambiaron por un ruralcel, que ahí está, atornillado, y anda cuando quiere", explica con voz de resignación.
¿No tiene celular? "Tengo sí. Pero no hay señal. Hay que salir a ver si agarra. Y yo no voy a salir a caminar a la noche para hablar por teléfono".
Quien fue el maestro Enrique Brayer: Una vanguardia que sirvió al país con una enorme fe en la educación como factor dinamizador del cambio social
Palabras del maestro Miguel Soler Roca
Ante todo, deseo agradecer la invitación a participar en este acto que me hizo el Dr. Luis Yarzábal, Director Nacional de Educación Pública. Esa invitación me está permitiendo la felicidad de estar, después de muchos años, en una escuela rural de Cerro Largo, conocer a Mangrullo y a su escuela, con sus alumnos, sus maestros y sus vecinos y, a la vez, recordar a un colega y a un amigo muy querido cuyo nombre, Enrique Brayer, será escrito de hoy en adelante en sus cuadernos por los niños que me están oyendo. Son todas estas grandes fuentes de alegría y de emoción para mí.
Mi relación con Don Enrique Brayer duró más de 50 años, desde 1945 hasta 1999. Nos conocimos en el Congreso de Maestros Rurales, que tuvo lugar a principios de 1945. Yo acababa de iniciar mi carrera de maestro rural en una escuela ubicada en una zona muy pobre del departamento de Tacuarembó y asistí a ese Congreso cargado de dolor por lo que había visto y vivido. Brayer estaba también allí, pero él ya había pasado con éxito su período de iniciación, pues entonces era Inspector Departamental en Cerro Largo, tras nueve años de trabajo como Director, ocho de ellos en Mangrullo. Y gracias a la mayor experiencia de educadores como él, yo pude salir de aquel Congreso reconfortado y deseoso de enfrentarme a nuevos desafíos.
Eran aquellos tiempos muy buenos en nuestra República. El país tenía entonces muchos menos habitantes que hoy, pero mayores riquezas y éstas estaban mejor distribuidas. De manera que los maestros del campo podíamos soñar en un futuro mejor, que había que ir construyendo, y por el cual las autoridades nacionales se interesaban tanto como nosotros. Este buen entendimiento entre los trabajadores de la educación y los dirigentes de la vida política nacional dio espléndidos frutos: fueron los años en que se crearon más de cien escuelas granjas, en que los estudiantes de magisterio realizaban misiones socio-pedagógicas, en que en el Instituto Normal Rural se brindaba a los maestros cursos muy completos de especialización en educación rural, en que 105 maestros recibíamos varias publicaciones oficiales que apoyaban nuestro trabajo. Ese proceso de dos décadas tuvo varios puntos culminantes, uno de ellos el Congreso de Maestros Rurales convocado por las autoridades en Piriápolis en 1949. Allí volví a encontrar a Brayer y de ese Congreso salió una Comisión encargada de redactar los programas para la enseñanza rural y en esa Comisión volvimos a estar juntos, él veterano, lleno de experiencia, yo todavía muy joven, con ganas de aprender cada día más cómo debíamos trabajar con los niños y con la gente del campo.
Luego Brayer participó en la Comisión Redactora de los Programas de 1957, éstos para las escuelas urbanas. De manera que los niños del campo y los de la ciudad estudiaban conforme a buenos programas, actualizados, en cuya redacción Brayer había participado. Déjenme que, para ser justo, evoque algunas otras personas a las que recuerdo con gratitud y con afecto y que por aquellos años tuvieron gran influencia en la educación nacional. Entre las autoridades, quisiera recordar a Luis Sampedro, a Nicasio García y a Agustín Ferreiro. Entre los Inspectores y educadores de base quiero mencionar, entre muchos, a Enrique Brayer, naturalmente, pero también a Julio Castro, a Reina Reyes, a Elsa Fernández, a Jesualdo Sosa, a Diógenes de Giorgi, a Otto Niemann, a Homero Grillo, a Abner Prada, a Yolanda Vallarino. Y a otros dos excelentes compañeros de Cerro Largo: a Ramón Angel Viñoles Huart y a Héctor Yarzábal, que viajaba desde Mangrullo a nuestras reuniones, hombre afable, reservado, equilibrado y siempre constructivo, que ustedes tienen poderosas razones para recordar con afecto. He acortado la lista, para no cansarlos, pero quiero insistir en que, gracias a las circunstancias nacionales y a las calidades de estas personas aquellos fueron grandes tiempos para la educación nacional y para la educación rural en particular.
Mi relación con Don Enrique se hizo más intensa entre 1954 y 1961. Porque en ese tiempo yo propuse y dirigí un trabajo de educación rural y comunitaria que, por consejo de Brayer en su condición de Inspector Regional, fue situado aquí en Cerro Largo, en la zona de La Mina, donde él se había iniciado como Maestro en 1931. No voy a detallarles lo que pudimos hacer en esa experiencia, denominada Núcleo Escolar de La Mina, pues aquí es bastante conocida y recordada. Pero quiero decirles que los grandes puntales de ese trabajo fueron en el nivel local, además de los vecinos jóvenes y adultos, los maestros y las maestras de siete escuelas, varios de ellos ya fallecidos, tres enfermeras, dos ingenieros agrónomos y otros colaboradores, a algunos de los cuales he tenido la satisfacción de volver a saludar esta mañana. En el nivel departamental nuestro puntal fue el Inspector Carlos Crespi, que todos ustedes conocen y estiman, y en el nivel nacional mi amigo Brayer. Ningún estudioso podrá referirse al Núcleo de La Mina sin subrayar cuánto hizo Brayer durante seis años por la creación y el trabajo de aquel Núcleo.
Todavía pudimos hacer más cosas. Después de muchas reuniones y congresos, en 1958 el Consejo de Enseñanza Primaria aprobó la creación de la Sección Educación Rural, para dar un nuevo impulso, un impulso que abarcara todo el país, a aquel vasto movimiento en favor de la población campesina. Y como responsable de esa Sección fue designado Enrique Brayer. Aquel fue un gran salto adelante, otro punto culminante de aquellos años. Los dirigentes gubernamentales y los maestros seguíamos firmes, juntos, trabajando por la escuela rural. Continuaban los buenos tiempos, para los escolares, para los maestros, para el país.
Pero las cosas buenas no siempre duran lo que debieran. A partir de 1961 todo lo avanzado retrocedió. Sería largo de contar. Es mejor decir, brevemente, que cuando servicios tan importantes como el de la educación son puestos en manos de personas incompetentes o irresponsables, las obras construidas durante tantos años pueden derrumbarse en pocas semanas. Eso fue lo que nos pasó en 1961.
Yo fui a trabajar entonces a Bolivia. Ustedes saben que la UNESCO es una organización de las Naciones Unidas que se ocupa del fomento de la educación, la ciencia y la cultura en todo el mundo. Ese organismo me contrató para trabajar en Bolivia como colaborador de un ministerio de nombre raro, que no existía en ningún otro país y que se llamaba Ministerio de Asuntos Campesinos. Porque en Bolivia se había producido un gran cambio político y las nuevas autoridades estaban muy motivadas para ayudar a la población campesina, que era entonces la mayoría del país y que estaba compuesta y todavía lo está en gran parte por indígenas. Y entonces crearon ese original ministerio, que se ocupaba de tres cosas: dotar de tierras a las comunidades campesinas, vigilar que la justicia funcionara correctamente en las zonas rurales y educar al pueblo, que padecía un grave analfabetismo. A ese Ministerio fui destinado yo, para trabajar con los especialistas bolivianos y entre 1963 y 1966 actuó allí también Enrique Brayer. Con su asesoría se fundó el Instituto Superior de Educación Rural con el fin de mejorar las competencias profesionales de Directores e Inspectores Rurales.
Don Enrique fue designado docente de ese Instituto y por sus clases pasaron centenares de maestros bolivianos, que mucho apreciaban que su profesor les formara apoyándose en su gran experiencia de la educación uruguaya, que por esos años estaba entre las mejores del Continente. Ya ven, lo que Brayer había aprendido a hacer en Mangrullo en sus primeros años de docencia contribuyó a formar educadores de un país latinoamericano amigo.
En 1966 Brayer regresó a Montevideo. Se había creado el Instituto Magisterial
Superior, también para formar especialistas en educación, tanto urbanos como rurales. Y Brayer volvió a ocupar la cátedra durante cuatro años, esta vez como Profesor de Administración Educativa. Como ven, a esa altura de su vida Brayer era Maestro de Maestros, de Directores y de Inspectores.
Los años fueron pasando y Uruguay tuvo que padecer una situación a la que el país no estaba acostumbrado: la de una dictadura militar. Ustedes, niños de Mangrullo, no lo vivieron. Deben saber que durante once años ni en la sociedad ni en las escuelas existía la necesaria libertad para preguntar lo que uno quiere saber, para leer lo que uno quiere leer, para pensar como uno elige pensar. No existía democracia, ni acatamiento a la Constitución ni a las leyes, ni respeto por los Derechos Humanos, que todos ustedes han estudiado. Y en ese triste período, algunos familiares de Don Enrique Brayer fueron encarcelados y una hija y dos nietas tuvieron que exiliarse en la ciudad de Paris, a miles de kilómetros de Montevideo. Mi esposa y yo trabajábamos y vivíamos esos años en París, de manera que nuestra familia de dos se hizo una familia de cinco y en alguna ocasión en que Brayer y su esposa viajaron a París, se extendió a una familia de siete miembros. Porque en tiempos duros la amistad llega a convertirse en fraternidad. Desde tan lejos, así hermanados, teníamos que apoyarnos mutuamente para mantener viva la esperanza, más allá de aquella triste etapa de derrumbe de una obra querida y de quebrantamiento moral de nuestro querido país.
El péndulo del tiempo volvió a oscilar, la dictadura concluyó, la constitucionalidad regresó. Nos pudimos reencontrar en Montevideo, en su departamento de la calle Galicia, a cuya puerta llamaban tantos educadores para conversar con Don Enrique, que tenía ya muchos años de edad pero la lucidez de siempre, para pedirle consejo, para llevarse un libro prestado, para seguir aprendiendo de aquella persona que tanto había hecho por Mangrullo, por Cerro Largo, por Uruguay y por un pueblo hermano de América Latina. Y así hasta 1999.
Yo le seguiré recordando como un hombre a la vez vigoroso y tierno. Vigoroso en la defensa de sus ideas, en el rigor con que evaluaba lo que se iba haciendo y en el empeño con que seguía construyendo el futuro. También, obligado por las circunstancias, se mostraba vigoroso en su implacable enjuiciamiento de las fuerzas destructoras cuando éstas se manifestaban. Y tierno también, como he dicho, por la emoción y respeto con que apreciaba el trabajo de los maestros jóvenes, por la relación que establecía con los niños de nuestras modestas escuelas y por la amistad que me ofreció durante medio siglo, a mi y a mi familia. Realizó unas veinte visitas a nuestro proyecto en La Mina. Permítanme que recuerde sus calidades con un sentimiento que también está impregnado de ternura. Después de largas jornadas de trabajo compartido, solía ensillar mi caballo, de tardecita, y salía solo, a recorrer caminos, a visitar ranchos, a soñar bajo las estrellas. Regresaba contento a nuestra escuela. Al paso, pues no era hombre de galopes. Por lo menos cuando montaba a caballo. Sólo galopaba cuando su lúcido y exigente pensamiento debía enfrentar la gran tarea de llevar adelante la Escuela Pública Nacional.
Maestros: celebren que, como ocurría hace medio siglo, las autoridades, los educadores y el pueblo volvamos a estar juntos en el fomento y defensa de la educación pública, como lo estamos haciendo hoy en Mangrullo, reunidos en el recuerdo agradecido a Brayer.
Niños: cuando en sus trabajos deban escribir el nombre de Enrique Brayer recuerden que están evocando a un hombre bueno y eminente, a uno de los grandes de la escuela pública de nuestro país.
El pasado 24 de junio de 2005 en la localidad de Mangrullo, departamento de Cerro Largo, se realizo en la Escuela Rural Nº 32 un homenaje al maestro Enrique Brayer Blanco y se designó a esa escuela con su nombre. ¿Pero quién fue el maestro Brayer y su gran aporte a la escuela uruguaya y latinoamericana?. Su compañero de profesión y amigo personal, el también maestro Miguel Soler a dicho: “Fue una generación que se formó, sé autoformó y sé interformó, recogiendo y adaptando lo mejor del pensamiento educativo nacional, latinoamericano e internacional. Una vanguardia que sirvió al país con una enorme fe (tal vez hoy podría hablarse de una excesiva fe) en la educación como factor dinamizador del cambio social. Y que actuó en un período en que se produjeron manifestaciones de un simbiótico entendimiento
entre los maestros de base, su sindicato, las autoridades de la enseñanza y el gobierno todo”.
Por su parte la profesora María Hortencia Coronel, en una semblanza sobre Enrique Brayer, dice que su trayectoria “ está fuertemente ligada a la Historia de la Educación del Uruguay y de Cerro Largo en particular. No es excesivo decir que fue uno de los padres de la Educación Rural de Uruguay porque en toda instancia en que se trabajó, reflexionó, reclamó y defendió la escuela rural estuvo el nombre de Enrique Brayer asociado desde la presencia o desde la memoria y aún entre las generaciones más jóvenes que no tuvieron la suerte de vivir su magisterio se ha oído citar su nombre asociado a las más fecundas realizaciones educativas. Nacido el 3 de abril de 1910 en la localidad de Cerro Chato – lugar de confluencia de tres departamentos: Durazno, Florida y Treinta y Tres. En 1930 se graduó de maestro y viajó con su íntimo amigo Luis O. Jorge – también estudiante del interior del país – a la casa de éste en Mangrullo, departamento de Cerro Largo. Allí conoció a Liria Jorge, hermana de su amigo, con la que se casó en 1932, el mismo día en que concursaba para el cargo de director. Con Liria se instalaron en la escuela Nº 32 de Mangrullo y allí nacieron sus tres hijas Miriam, Dolly y Sonia”.
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